Por: Alejandro M. Estévez, Ph.D. Profesor UBA/UTDT/UNLZ


En los tiempos que corren, tanto en las democracias desarrolladas como en los países
con democracias en vías de desarrollo, el debate sobre políticas públicas ha sido
invadido por una «narrativa de furia» (Ejemplos: Trump, Bolsonaro, Milei, etc), donde
la política se define cada vez más en términos de bandos irreconciliables. Palabras
como «aliados», «enemigos», «traidores» y «leales» han dejado de ser simples categorías
descriptivas para convertirse en armas retóricas con las que se legitima la exclusión y
la condena. Esta lógica de polarización ha convertido la traición en un fenómeno
central para comprender las fracturas internas dentro de partidos, movimientos y
coaliciones en la competencia política.


En este escenario, no toda traición es igual ni responde a los mismos motivos. Algunos
desafían a su grupo por convicción, impulsados por principios que consideran
superiores; otros lo hacen por conveniencia, cálculo o incluso como estrategia para
redefinir el rumbo de su espacio político. Diferenciar entre estos tipos de traiciones
permite entender mejor cómo se configuran y reconfiguran las lealtades en un entorno
político cada vez más mediatizado y emocionalmente cargado. Este artículo busca
realizar una comparación que permita entender la tensión entre los individuos que
traicionan a un líder y los individuos que traicionan a un grupo.


Comparando los que transgreden por razones
ideológicas: el «Desertor por Convicción» y el
«Hereje Político»

A lo largo de la historia, quienes han roto con sus grupos de referencia han sido
protagonistas de momentos de transformación política. Sin embargo, no todos los que
desafían el statu quo lo hacen por los mismos motivos ni generan el mismo impacto.
En este análisis distinguimos dos tipos de transgresores ideológicos:


El «Desertor por Convicción»: aquel que se aparta por razones individuales o
morales, priorizando sus principios por sobre la lealtad a un grupo o liderazgo.


El «Hereje Político»: quien desafía a su grupo en nombre de una
interpretación más «pura» o alternativa de la ideología predominante,
generando divisiones internas y disputas por la legitimidad de los valores del
movimiento.

El Desertor por Convicción actúa por motivaciones personales y suele romper con
una figura específica, como un líder o mentor. Su traición genera un impacto más
restringido, afectando su entorno inmediato pero sin provocar necesariamente un
cisma ideológico en el grupo.


Por otro lado, el Hereje Político desafía el núcleo de valores de su movimiento o
partido, poniendo en disputa el sentido mismo de la causa que lo sustenta. Su
accionar puede desencadenar fracturas de gran escala, reconfigurando la estructura
de poder y forzando una redefinición de la identidad del grupo.


Motivación interna y consecuencias políticas:
El Idealista Desleal es impulsado por la búsqueda de coherencia personal. Su lealtad
es ante todo con sus propios principios, incluso si eso lo lleva a romper con su grupo
de origen. Como consecuencia, suele enfrentar el aislamiento y la pérdida de respaldo
político, aunque también puede encontrar nuevos aliados que valoren su postura ética.


El Hereje Político, en cambio, no se percibe a sí mismo como un traidor, sino como un
redentor. Su acción busca corregir lo que considera una desviación de los principios
originales del movimiento, lo que a menudo lo lleva a enfrentarse con la estructura de
poder existente. Este tipo de traidor puede ser percibido como una amenaza aún
mayor, ya que no solo rompe con su grupo, sino que aspira a redefinirlo y liderarlo en
una nueva dirección.


Mientras que el Desertor por Convicción suele ser un actor solitario, el Hereje
Político
tiene el potencial de convertirse en el líder de una nueva facción o corriente
ideológica. Su impacto es mucho más profundo y puede provocar transformaciones
estructurales dentro de los partidos o movimientos.


Conclusión
El estudio de las diferentes formas de traición ideológica permite comprender cómo las
disputas internas dentro de los movimientos políticos pueden tener consecuencias de
gran magnitud. En un mundo donde la política se define cada vez más por la lógica del
espectáculo y la confrontación, estas categorías cobran una relevancia renovada.


En un contexto donde el show político prima sobre la gestión efectiva, la traición se
convierte en una herramienta discursiva que puede ser utilizada estratégicamente para
reforzar identidades, desviar la atención de problemas estructurales y consolidar
liderazgos carismáticos. Ya no importa tanto la efectividad de una política pública como
su capacidad de generar un impacto simbólico. Así, las figuras de los «traidores» y los
«herejes» se resignifican constantemente en la arena pública, no solo como actores de
disputas ideológicas, sino como protagonistas de narrativas que movilizan emociones
y determinan alineamientos políticos.